“The Dark Side Of The Moon”, un eclipse de 50 años

 

Reinar como un verdadero coloso entre el vasto firmamento de los 70, es tal vez una de las cosas que haga inmortal una obra como “The Dark Side Of The Moon”, la obra maestra de Pink Floyd que el pasado miércoles daba 50 vueltas al Sol, sobresaliendo entre esa oscuridad lunática y el elixir de la magia progresiva durante todo este tiempo.

Me reservaba para el día hoy siendo precisamente el día de mi cumpleaños y el que también llevo un cambio de puesto importante en el ámbito laboral al que se le suman unas merecidas vacaciones. Al igual que aquel 1 de Marzo de 1973, parece que las estrellas se han alineado para la ocasión en forma de enorme esperanza para lo que me queda de un año de oxigeno necesitado por mi parte en muchos aspectos, desde el personal hasta el laboral.

Dicho esto, y hurgando en lo más profundo de uno, nada mejor que ponernos en el plato esta inmortal obra, bajo la mordaz visión de Roger Waters y esta obra conceptual para la historia del rock como un súper ventas que entra en los parámetros más sensacionalistas debido a la grandeza escondida en su contenido.

Ni mucho menos me dispongo a reseñar un disco que 10 años atrás hice mi particular visión del mismo, a edades tempranas de esta casa cuando el mismo cumplía sus 40 años (reseña aquí). Más bien es un desahogo en la templanza y necesitada soledad, de zambullirme ante el encanto de los británicos bajo el prisma conceptual que supone.

Es cierto que “The Dark Side Of The Moon” plantó las primeras semillas de Waters y lo que tiempo después supondría la separación de él con Pink Floyd. Un disco que en un principio iba a llamarse “Eclipse”, cierre del mismo dando un sentido melodioso a todo el conjunto, sería la fuerza impulsora y creativa del propio Roger, la que mostraría definitivamente la elegancia de historiadores del rock progresivo londinenses.

Hay muchos datos sobre la factura que dejo “The Dark Side Of The Moon”, pero entre tantos y tantos, me quedo con el aplastante número de 741 semanas, o lo que viene siendo lo mismo, 14 años en los que este icónico trabajo permaneció en las listas Billboard de Estados Unidos.

Las emociones es el factor que inspira a un músico a soltar toda esa improvisación y plasmarlo en una magia creativa. Este es el ADN del álbum de Pink Floyd, orquestado por esa locura al espacio exterior, la mortalidad y las muchas enfermedades mentales, sin dejar de lado las fases lunares y el trastorno que supone en muchos terráqueos.

Hay muchas formas y/o frases que pueden definir el disco, en una de las tantas entrevistas, el propio Roger Waters comentó que la única forma de ver “The Dark Side Of The Moon” es bajo su naturalidad, una exhortación a unirse al flujo del río de la historia natural de una manera positiva. Palabras mayores directas al corazón, ya que en muchos casos, el propio latido de nuestro corazón, alude a la condición humana y establece los muchos estados de ánimo por los que pasa la música.

La hipnosis que hace lobotomizar nuestro cerebro para llevarnos a la enajenación que libera los propios principios del mismo. Incluso el triángulo de su portada como símbolo al pensamiento y la ambición, dejan el trabajo del artista Storm Thorgerson como un elemento básico para llevar la naturaleza de ese prisma a la demencia de este eclipse que en esta semana alcanza sus 50 años de sabiduría ejemplar, filosófica y progresiva.

 

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